Siempre oí hablar de la maternidad como algo difícil. O las contracciones como algo doloroso.
El problema era, que jamás tuve con qué compararlo. Como cuando los sabores extraños los comparan con el pollo, y así todos se quedan tranquilos. Éste no fue el caso.
La maternidad ha sido un mundo completamente nuevo. Solitario y doloroso.
Mi cuerpo cambió, mis hormonas, mis emociones, mis pensamientos. Mis prioridades.
Éste hombrecito vino a salvarme del olvido, de la soledad constante.
Aún no despierto, pero tengo momentos en que él me desborda de alegría, y me da un propósito. Como cuando lo miro y digo 'no puede ser, en qué estaba antes de él?'
Estaba perdida, abandonada. Con una necesidad eterna de cariño y caricias, aprobación.
Hoy, inmersa en el dolor, intento descubrir cuál es realmente mi propósito en la vida, pero con éste ser pequeño estando conmigo. Él vino a decirme que la vida es mas bonita que solo una ilusión a la familia perfecta según el constructo social.
Porque tenía pánico de pensar en estar sola, en que dejaran de amarme. Y en ese camino, me olvidé de mí. Enfocada en mantener un matrimonio rutinario, sin afecto, monótono, con frases clichés y tipo script de call center.
¿Cuándo comenzó esta cuenta regresiva? ¿Por qué ignoré que todo tiene fecha de caducidad? Ignoramos las veces en que podríamos haberlo conversado. Y se lo dejamos a la vida misma, a pesar de sufrir, a pesar del daño colateral y directo.
Pero aquí está éste ser pequeño, que vino a decirnos que la vida es más bonita, aunque sea separados.